Recurrente, aburrido y simple como él solo es el dilema que se le plantea a mucha gente y que pretende defender que el consumo de leche por parte del Ser Humano más allá del periodo de lactancia es una circunstancia inusual, paradójica y, por todos estos calificativos (y muchos otros con los que este comportamiento se suele catalogar), también «aberrante». El colmo de la «aberración» para los defensores de esta forma de comportarse contra natura es que, además, lo hagamos con la leche de otra especie.
Pues sí, somos los únicos, pero no, no es un comportamiento «aberrante». En cualquier caso, estaría dispuesto a admitirlo, sólo si consideramos que también es aberrante que seamos los únicos que consumen, por ejemplo, pimientos rellenos de merluza, o alcachofas con jamón, paella de conejo, huevos (de gallina) rellenos de atún o cualquier otra receta que se quiera considerar. Porque, no me negarán que también en estos casos seamos los únicos en consumir estos «alimentos».
En realidad resulta que no somos los únicos en consumirlos, pero sí que somos los únicos en poder prepararlos. La prueba: Guisen cualquiera de las recetas que un animal omnívoro no pueda preparar (¿acaso pueden «preparar» alguna?) y déjenlo a su alcance. ¿Qué pasará? que se lo comerán. Ya no les digo si tienen hambre. Y con la leche (de vaca o cualquier otra) igual. Se podría argumentar también que somos los únicos animales que preparamos sándwiches de nocilla, pero no así que seamos los únicos que se lo comen:
Es decir, si otros animales mamíferos y omnívoros no toman leche después del periodo de lactancia responde a dos circunstancias que nada tienen que ver con que ellos sí sepan seguir los dictados de la madre naturaleza y que nosotros rememos en su contra:
El resto de animales no realiza labores de cría y cuidado de otras especies con el fin de asegurarse el sustento en un tiempo futuro, es decir, no ejercen la ganadería como nosotros sí la practicamos.
Carecen, en la mayor parte de los casos de pulgares (salvo los chimpancés u otros homínidos que, siendo omnívoros, sí los poseen). La original posición de este dedo, oponible en su función a los otros cuatro, permite una serie de acciones que al resto de animales les resultan imposibles; entre ellas el ordeñar. Y si no fíjense bien y comprobarán que cuando un ternero toma leche, lo hace mamando y no a partir de un vaso.
Sí, ya sé que la leche de vaca es el alimento ideado por la sabia madre naturaleza para alimentar a un ternero»¦ pero supongo que siguiendo con este razonamiento también habrá de considerarse que las trufas, por ejemplo, son el sistema que la misma omnisapiente naturaleza ha diseñado para que las encinas, robles, castaños y nogales completen su ciclo vital gracias a las micorrizóticas relaciones de simbiosis. O considerar que el comer sardinas es labor exclusiva de los atunes (entre otras especies) porque estas son su alimento «natural».
Afortunadamente, el Ser Humano tiene la capacidad de modificar el entorno en beneficio propio, y tanto la ganadería y la agricultura como el ars culinaria son tres de esas labores que ejerce con semejante objetivo. Sobre el valor nutricional de la leche ya hablaremos otro día, pero ya les adelanto que no hay, que no existen, alimentos buenos o malos, sino frecuencias y cantidades de consumo adecuadas o inadecuadas.
Y ya que estamos con cuestiones de esta índole, lo que sí que me parece aberrante es que se tache con semejante calificativo el consumo de leche usando para ello el argumento de que el Ser Humano, en su adultez, utilice la leche de otra especie para alimentarse. ¿No sería más aberrante que se siguiera haciendo con la leche de la misma especie?
No sé qué opinarán ustedes, las mujeres me refiero, pero yo en su lugar protestaría si alguien hiciera defensa de estas cuestiones en mi presencia. Aunque de todo hay en esta vida, y si no me creen, vean: