El queso necesita ser conservado en un lugar adecuado, sino corre el riesgo de cambiar su sabor y textura característica. La forma más habitual de conservación son las bajas temperaturas, en heladeras o refrigeradores, para evitar que los gérmenes que producen su maduración sigan actuando. Los sitios frescos, ventilados y húmedos son los mejores para guardar almacenar el queso.
Los pastores europeos del medioevo se enfrentaron desde siempre con el problema del calor, que secaba el queso y lo arruinaba. Para paliar este inconveniente, sumergían la pieza en aceite de oliva, dentro de recipientes de barro vidriado, ollas de porcelana y tarros de cristal.
Se recomienda no comprar mucho queso de una sola vez, y guardarlo separado de los demás alimentos para que no se impregne de olores extraños. Lo mejor es envolverlos en papel aluminio o film, o en un recipiente hermético que evite la contaminación de olores y sabores.
¡Nunca congele el queso! Ese es el camino seguro para que pierda sus características, aroma y sabor tan especial.
La temperatura ideal para la conservación oscila entre los 7 y 12 grados centígrados. Es aconsejable situarlo en la parte menos fría de la heladera, y sacarlo un rato antes de utilizarlo para que se asiente su sabor.
A la hora de comprar, acuda a lugares de confianza y no tema preguntar. Los vendedores sabrán aconsejar sobre qué comprar. Si hay una variedad que no conoce, pregunte si puede probarla, y cual es el mejor uso que puede darle para aprovechar más de su compra.