La recomendación de productos lácteos se ha basado principalmente en su contri- bución para alcanzar la ingesta recomendada de calcio. La revolución agrícola reemplazó la principal fuente de energía de la dieta de los cazadores-recolectores, los alimentos de origen vegetal con contenido relativamente alto en calcio, por los cereales, cuyo contenido en calcio es bajo. Desde entonces, la fuente principal de calcio para el hombre ha sido la leche. Además del calcio, los productos lácteos aportan otros muchos nutrientes. Son una fuente rica en proteínas de buena calidad, potasio, magnesio, fósforo, zinc, selenio, vitamina A, vitaminas B1 (tiamina), B2 (riboflavina) y B12, además de vitamina D (cuando están fortifica- dos). No todos los productos lácteos proporcionan estos nutrientes por igual. La ingesta diaria recomendada varía de una región a otra. Algunos países, como el Reino Unido, recomiendan de forma general consumir leche y productos lácteos a diario, pero la mayoría de países publica recomendaciones cuantitativas que suelen oscilar entre dos y tres porciones o vasos de leche o yogurt o, en ocasiones, la porción equivalente de queso. Las 2010 Dietary Guidelines for Americans (Guías Alimentarias para los Norteamericanos, 2010) especificaban productos lácteos bajos en grasa por la preocupación que suscita la alta prevalencia de la obesidad. La cantidad de leche y productos lácteos (y de otros grupos alimentarios) la determina el Dietary Guidelines for Americans Advisory Committee (DGAC, Comité Asesor para las Guías Alimentarias para los Norteamericanos) en función, en primer lugar, de la ingesta de los distintos grupos de alimentos necesaria para alcanzar las ingestas dietéticas de referencia (IDR) de los nutrientes esenciales sin sobrepasar las necesidades energéticas y, en segundo, de las pruebas que demuestran la relación entre la ingesta de un grupo alimentario y las consecuencias pertinentes para la salud (1). A partir de las IDR de diferentes grupos de sexo y edad y de las directrices de las revisiones basadas en datos científicos, se desarrollaron 12 pautas de ingesta alimentaria para las distintas necesidades energéticas y de nutrientes de esas subpoblaciones. En el caso de algunos nutrientes se utilizó la cantidad diaria recomendada (CDR), mientras que, en el de aquel- los con los que no había datos suficientes para determinar la CDR, se empleó la ingesta adecuada (IA) para una población sana.
Las pautas pretenden ser lo suficientemente flexibles para dar cabida a las diversas culturas y a las prefer- encias de la población. Con la mayoría de los grupos de alimentos, hay una gran variedad de productos por categoría. Sin embargo, con el grupo de la leche y los productos lácteos, la mayoría de los alimentos se derivan de un ingrediente base similar, es decir, la leche de un animal doméstico. Las pautas alimentarias incluyen orientación y fuentes alternativas de proteínas y calcio para las personas con alergia a la proteína de la leche o intolerancia a la lactosa. No obstante, normalmente las personas que prescinden de los produc- tos lácteos no alcanzan la ingesta recomendada de varios nutrientes deficitarios, como calcio, potasio, mag- nesio, riboflavina y vitamina D. El 2010 DGAC identificó los productos lácteos, junto con la fruta, las verdu- ras y los cereales integrales, como alimentos que deben incrementarse para satisfacer las necesidades de nutrientes y mejorar la salud (2). La fuente de mayor calidad y más económica de los nutrientes limitantes calcio, potasio y magnesio son los productos lácteos (3). Varios estudios indican que la ingesta de leche es un marcador de calidad alimentaria por su aporte de nutrientes (3, 4), mientras que un reciente estudio apunta a que también lo es el yogurt (5).
El 2010 DGAC concluyó que la evidencia de que una mayor ingesta de leche y productos lácteos produce efectos positivos en la salud es entre moderada (salud ósea en niños, enfermedades cardiovasculares, presión sanguínea y diabetes de tipo 2 en adultos) y limitada (salud ósea y síndrome metabólico en adultos) (2). Dado el largo periodo de latencia de las enfermedades metabólicas, los ensayos clínicos aleatorizados (ECA) con alimentos resultan poco prácticos, con algunas excepciones en poblaciones vulnerables. Como consecuencia, los metanálisis y las revisiones sistemáticas de la relación entre la ingesta de leche y deriva- dos y la salud tienden a utilizar ECA de biomarcadores o estudios prospectivos u observacionales. Las con- secuencias de excluir los lácteos de la dieta están asociadas en su mayor parte a una salud ósea deficiente. Aparentemente, los efectos pueden iniciarse en el útero, como demostró un estudio en el que el aumento del consumo de leche y derivados en mujeres embarazadas durante la 28.ª semana de gestación predijo de forma significativa el contenido mineral óseo (CMO) y total corporal en niños de 6 años (6). El estirón de la pubertad es un momento crucial para desarrollar la masa ósea máxima que protege del riesgo de fracturas en la niñez y más adelante en la vida. Casi la mitad de la masa ósea máxima de un adulto se adquiere durante la adolescencia (7). Cerca del 95 % de la masa ósea máxima de un adulto ya se ha adquirido a los 16,2 años de edad (8), lo que subraya que la nutrición solo puede influir de forma apreciable en la masa ósea máxima antes de que finalice la adolescencia. A partir de ese momento, todos los beneficios consisten en minimizar la pérdida de masa ósea máxima, lo que supone una rentabilidad mucho menor. Un metanálisis de ensayos sobre el efecto de los productos lácteos y el calcio de la dieta en el CMO infantil mostró un CMO corporal total y en la columna lumbar considerablemente superior con una ingesta mayor cuando el grupo comparativo tenía una baja ingesta de calcio (9). Un metanálisis de estudios prospectivos de cohortes concluyó que no hay una asociación general entre la ingesta de leche y el riesgo de fractura de cadera en las mujeres, mientras que en los hombres los datos apuntaban al beneficio de una mayor ingesta de leche (10). También hay estudios de cohortes con consumidores y no consumidores de leche. En un grupo de mujeres de entre 38 y 57 años, las que presentaban intolerancia a la lactosa ingerían a diario 570 mg de calcio (frente a los 850 mg diarios del grupo tolerante) y padecían el doble de riesgo de sufrir una fractura en la mitad inferior del cuerpo (11).
Al igual que con los huesos, faltan ensayos clínicos aleatorizados con suficiente poder estadístico sobre las enfermedades cardiovasculares y la presión sanguínea; los datos utilizados por el 2010 DGAC para probar los beneficios de los productos lácteos estaban basados en revisiones sistemáticas y metanálisis de estudios prospectivos y de cohortes. Una revisión sistemática y un metanálisis mostraron una reducción del riesgo de infarto de miocardio, cardiopatía isquémica, hipertensión y accidente cerebrovascular (ACV) en las personas que consumían la mayor cantidad de leche frente a las que ingerían la menor. Este dato concordaba con otra revisión sistemática (12) y con extensos estudios prospectivos de cohortes. Un reciente metanálisis indicó una reducción del 13 % en la mortalidad por todas las causas, del 8 % en el riesgo de cardiopatía isquémica y del 21 % en el de ACV en las personas con la mayor ingesta de productos lácteos frente a las de menor (13). Hay pocos datos empíricos sobre cada uno de los productos lácteos, aunque el yogurt se ha asociado a una mejor presión sanguínea sistólica y la leche líquida a una menor presión sanguínea sistólica y diastólica (14).
Un metanálisis de 4 estudios prospectivos constituyó la evidencia que utilizó el 2010 DGAC para determinar los beneficios de los productos lácteos para reducir el riesgo de diabetes. Las personas que consumían más leche presentaron una reducción del 15 % en el riesgo de diabetes de tipo 2 frente a las de menor consumo (15). En un metanálisis más reciente de 7 estudios de cohortes, se produjo una reducción del 18 % en el riesgo de diabetes de tipo 2 con el uso de productos lácteos bajos en grasa y una reducción del 17 % con el yogurt (16). Los beneficios de los productos lácteos para reducir el riesgo de síndrome metabólico se basa- ron en 1 revisión sistemática con metanálisis, 1 estudio prospectivo de cohortes y 3 estudios transversales de cohortes (2). La revisión sistemática y el metanálisis indicaron una disminución del 26 % del riesgo de síndrome metabólico en las personas que consumían más leche frente a las que consumían menos (17).
Las recomendaciones nutricionales tienen poco que ver con el contenido en grasa o el sabor de los productos lácteos. La recomendación de productos lácteos bajos en grasa es más bien un argumento filosófico para reducir la ingesta de energía a base de grasa y azúcares añadidos y no se fundamenta tanto en considera- ciones sobre la salud. La leche y el queso representan un 9,2 % del aporte energético, un 10,9 % de las grasas y un 8,3 % de los hidratos de carbono de la dieta de los estadounidenses, pero estos productos tam- bién aportan un 46,3 % de calcio, un 11,6 % de potasio y un 7,9 % de magnesio, lo que puede suponer un beneficio fundamental para la salud (18)».