El consumo de estos productos por parte de quienes no los necesitan limita la dieta sin ninguna justificación ni beneficio para la salud
Por JUAN REVENGA
Cada vez son más frecuentes los productos lácteos con bajo contenido en lactosa o «sin lactosa» como un valor añadido para la salud. Sin embargo, no todos los consumidores que creen ser intolerantes a la lactosa lo son, tal como ha certificado una investigación llevada a cabo por expertos del Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona. Por este motivo, el consumo de productos sin lactosa por parte de quienes no los necesitan no responde a una necesidad de salud y limita la dieta sin ninguna justificación.
Las personas aquejadas de intolerancia a la lactosa no pueden, o les cuesta mucho, digerir y absorber este azúcar presente de forma natural en la leche y, en menor cantidad, en los productos lácteos elaborados con ésta. Las dificultades en su digestión provocan molestias gastrointestinales. Respecto a la prevalencia de la intolerancia a la lactosa, es muy variable. Se estima que cerca del 10-15% de la población española puede sufrirla, mientras que es mucho más frecuente en otras zonas geográficas, sobre todo entre la población negra africana y la asiática, donde la prevalencia oscila entre el 65% y el 100%. En las poblaciones nórdicas y escandinavas, apenas alcanza el 5%.
Distinguir la verdadera intolerancia
Un reciente estudio epidemiológico realizado en España por expertos del Hospital Universitario Vall d’Hebron, de Barcelona, concluye que más de la mitad de los pacientes que pensaban que no podían digerir la lactosa, es decir, que se creían intolerantes, estaban equivocados. Los autores, cuyo trabajo se ha publicado en «Clinical Gastroenterology and Hepatology», afirman que hay una creencia demasiado extendida, a la par que errónea, entre los pacientes con síntomas gastrointestinales. Creen que están causados por la lactosa de la leche y derivados, cuando no es así.
Sin embargo, no queda claro el motivo por el cual estas personas, que en realidad no tienen problemas para digerir la lactosa, desarrollan los mismos síntomas que si fueran intolerantes. Los investigadores especulan en el estudio con que algunos de ellos podrían sufrir el llamado síndrome del intestino irritable, patología con la que comparte síntomas.
Lácteos bajos en lactosa y sin lactosa
Hasta hace poco tiempo, el tratamiento de la intolerancia a la lactosa pasaba por seguir una dieta que excluyera el alimento generador de los síntomas, en este caso, la leche y los lácteos. Al mismo tiempo, se proponían alternativas dietéticas con el fin de no padecer ninguna carencia nutricional. Desde hace unos años, la industria alimentaria ha creado una gama de lácteos con un contenido reducido de lactosa o sin lactosa para que las personas afectadas no tengan que renunciar a estos alimentos. Tanto los comestibles como las bebidas reciben un tratamiento que garantiza un contenido máximo en el producto final, que evita los síntomas y molestias ocasionados en las personas afectadas.
Pacientes con síntomas gastrointestinales creen, de manera errónea, que estos los causa la lactosa de la leche y sus derivados
El procedimiento tecnológico para obtener el producto consiste en añadir lactasa, la enzima encargada de la digestión de la lactosa durante el proceso de elaboración de los productos. De esta forma, el resultado final es idéntico a cualquier otro tipo de leche equivalente (entera, semidesnatada o desnatada), pero sin lactosa, y conserva unas características nutricionales muy similares en cuanto a valor energético, principios inmediatos (hidratos de carbono, proteínas y lípidos), vitaminas y minerales.
No obstante, si se atiende a las cifras reales de prevalencia de la intolerancia a la lactosa (alrededor del 15% de la población), no parece razonable, en términos de utilidad, la actual profusión de estos productos bajos en lactosa o sin ella. Esta cuestión queda manifiesta cuando se comprueba la publicidad que destaca afirmaciones como «leche más digestiva», «la que mejor sienta», «mañanas ligeras» o «fácil de digerir». En los anuncios no se hace mención alguna a que esta circunstancia, su mayor digestibilidad, será de utilidad sólo entre las personas intolerantes a la lactosa, mientras que quienes no lo son no encontrarán beneficio alguno al consumirlos. Por tanto, la ingesta de estos productos específicos por parte de quienes no los necesitan no resulta necesaria, a la vez que limita la dieta sin justificación alguna.
Parece conveniente que, antes de comprar un nuevo producto, y ante la menor sospecha de intolerancia alimentaria, se consulte con un profesional sanitario que asesore de forma adecuada en el diagnóstico de este tipo de trastornos. Además, las novedades en las investigaciones apuntan a que algunas personas con esta intolerancia, aunque no todas, pueden consumir leche y productos lácteos, en particular fermentados como el yogur y el queso, sin desarrollar los síntomas. Así lo confirmó el Departamento de Gastroenterología de la institución Guy’s and St Thomas’ NHS Foundation Trust de Londres (Reino Unido) en una revisión sobre los numerosos estudios clínicos realizados acerca de la intolerancia a la lactosa. Esto sucede cuando la ingesta de lactosa se limita a 12 gramos al día (equivalente a 240 ml de leche) repartidos durante la jornada (cereales con leche, cortado, té con leche, u otros).
La lactosa
La lactosa es un azúcar compuesto por dos azúcares más pequeños, la glucosa y la galactosa, unidos entre sí y que para poder absorberlos han de separarse. Esta hidrólisis de la lactosa la realiza una enzima, la lactasa, presente en las células epiteliales del tracto digestivo. En ausencia de lactasa, la lactosa no se separa en sus azúcares constituyentes y permanece en la luz intestinal, lo que genera un aumento de la presión osmótica que atrae líquido a este espacio y genera heces acuosas o diarrea. Es posible que parte de la flora intestinal fermente la lactosa no absorbida, lo cual favorece el aumento de gases, la distensión abdominal y malestar digestivo.
DISTINTOS GRADOS DE INTOLERANCIA
No todos los diagnósticos de intolerancia a la lactosa son iguales. Desde el nacimiento, es un trastorno genético raro y poco frecuente. La leche materna contiene lactosa y el bebé neonato dispone de una correcta función lactásica (de la enzima) para digerirla de forma adecuada. Con el tiempo, de los 3 a los 5 años, y en personas predispuestas, esta actividad se puede perder de forma paulatina, lo que representaría un diagnóstico de intolerancia primaria. En estos casos, los niveles de actividad enzimática están disminuidos, aunque es posible, en su mayoría, la ingesta de cantidades limitadas de lactosa sin sufrir molestias. Hay un último diagnóstico, la intolerancia secundaria debida a la ausencia temporal de actividad lactásica motivada por alguna circunstancia, que limita de forma reversible la producción de lactasa en el tracto digestivo, como diarreas infecciosas o un brote celiaco.
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