rjcastillolopez   marzo 19, 2016   No hay comentarios en

Dice Mikel Lopez Iturriaga que no hay cosa más triste que una yogurtera a la que le faltan botes y no anda escaso de razón. En mi casa materna es al revés, desconozco qué fue del aparato, pero los frascos sobreviven y casi cuarenta años después de haber trasegado leche y fermentos lácticos, ahora guardan orgullosos restos de salsas, perejiles picados y otras hierbas.

Recuerdo cuando mis padres compraron la yogurtera. Entonces el yogur no era lo que es ahora y en las tiendas lo había natural, de plátano, de fresa, de limón y de coco. Más tarde llegaron los tropezones y luego se desató la locura en el mercado. Llegaron Carmen Machi y Coronado a dar testimonio de sus virtudes reguladoras y a animar nuestro tránsito. Un ejército de Lactobacilus Casei Inmunitas conquistó las neveras de los españolitos prometiendo inmunidad y caímos rendidos ante la tontería láctica.

Supervivientes

Aquella máquina me parecía mágica y me pasaba el rato mirando los botes llenos de leche bajo el influjo de esa vibración apenas audible que acompañaba el proceso. Yo quería ver actividad, pero aquello era un muermo. Y un enigma.

Desde hace algunos meses he dejado de desayunar café para sustituirlo por yogur hecho en casa. Me sienta mejor. Empecé a hacer yogur en la Thermomix en primavera. Es bien sencillo: leche pasteurizada, un yogur natural, algo de temperatura y tiempo. Entre ocho o doce horas después, en el vaso aparece un yogur líquido muy rico que dura varias semanas en el frigorífico en buen estado.

El verano madrileño ponía los fermentos a tope y en poco tiempo conseguía litro y medio de yogur listo para servir. Cuando empezó a hacer frío, comenzaron los problemas para mantener una temperatura adecuada para la fermentación y Rosa Ardá vino en mi ayuda con un estupendo post en el que mostraba cómo convertir el horno en una yogurtera.

¿Cómo no se me había ocurrido antes? Calentando la leche a 33 º, mezclándola con yogur natural e introduciendo los botes en el horno a menos de 40 º durante unas cuatro horas, obtenía tres litros de yogur de un plumazo. Una vez hecho el yogur, las posibilidades se multiplican: podemos hacer yogur griego del de verdad, tan solo dejándolo escurrir sobre un paño de hilo para que el suero se separe de manera natural. Si queremos algo aún más especial, aumentamos el tiempo y esperamos a que escurra más. Obtendremos labneh, al que podremos añadir especias, hierbas u hortalizas para conseguir una delicia única.

Si queremos tirarnos el moco, podemos hacer yogures personalizados, utilizando botecitos de esos tan cucos que están de moda y realizando muestras propias mezclas de mermeladas, miel, pepitas de chocolate y cuantas moñadas se nos ocurran.

Cómo hacer yogur en casa

Templar litro y medio de leche pasteurizada a 33 º.

Mezclar un yogur natural con un cacito de leche templada y añadirlos a la olla mezclando bien.

Verter la leche en botes de cristal, cerrar e introducir en el horno precalentado a baja temperatura (menos de 40 º).

Dejar con el horno encendido durante dos o tres horas, apagar y dejar reposar en el interior durante al menos ocho horas.

El yogur dura unas tres semanas en el frigorífico. Puedes hacer el yogur en botes pequeños de ración o en botes grandes y racionar a cuchara. Con leche pasteurizada entera obtenemos un yogur denso y cremoso, con leche pasteurizada descremada la textura es más líquida, tú eliges.