Una de las principales directrices que se da a las personas con riesgo cardiovascular es la de reducir las grasas saturadas. La leche y los lácteos no se libran de esta recomendación y la mayor parte de los pacientes en esta situación suelen estar condenados a tomar de por vida la leche desnatada.
Es cierto que los lácteos enteros aportan grasas saturadas y grasas trans, pero como expliqué en este post anterior, la composición de estos alimentos es compleja y sus efectos también. De hecho, como también conté en este otro artículo, los estudios observacionales encuentra una relación inversa entre el consumo de lácteos y la enfermedad cadiovascular. Y, como se concluyó en este meta-análisis, tampoco en los estudios de intervención (más fiables que los observacionales) se ha encontrado relación significativa entre ambos factores. Es decir, que las pruebas van por un lado y las directrices oficiales por otro.
Pues bien, un nuevo estudio de intervención publicado en Nutrition Journal parece ratificar todas estas ideas. Se trata de «The effects of changing dairy intake on trans and saturated fatty acid levels- results from a randomized controlled study», en el que los expertos han analizado la concentración de ácidos grasos e sangre de un grupo de 180 personas. Se dividió a los participantes en tres subgrupos y a uno de ellos se le pidió que consumiese durante un mes más de tres raciones diarias de leche entera, a otro se le restringió totalmente la leche y el tercero se utilizó de control. Al hacer los análisis de sangre, los resultados no mostraron diferencias significativas entre los tres grupos.
Una lectura del artículo «Las grasas saturadas, el colesterol y las enfermedades cardiovasculares» podría ayudarnos a entender lo que hay detrás de esta falta de asociación. De cualquier forma, una vez más la recomendación preventiva de eliminar lácteos enteros de la dieta y sustituirlos por «light» o desnatados no encuentra su justificación científica. Aunque la mayoría de las recomendaciones oficiales la sigan incluyendo.