Alentadas por una mirada alternativa de la nutrición, crecen las familias que, sumándose a una tendencia polémica, se declaran en contra de los lácteos
«Pongo dos cucharadas de avena en una sartén y la tuesto, la paso a un pote y le agregó una cucharada de miel, almendras secas y un chorrito de leche de soja. Ése es mi desayuno. Queda riquísimo, me aporta calcio y energía, pero no consumo nada de lácteos», cuenta Audrey Kupfer, de 48 años, que hace casi un año abandonó la leche y sus derivados, en una búsqueda por mejorar su salud visual.
«Tengo presbicia. Por eso, hace un año fui a una charla de un médico que combina lo naturista con la medicina china, y que explicaba cómo se puede mejorar la visión a través de la alimentación», recuerda Audrey. La indicación era dejar de consumir productos lácteos, y no le tomó más de un mes lograrlo.
«No fue demasiado complicado. Lo que sí tuve que aprender es cómo reemplazar el calcio, porque tengo 48 años y todo el mundo me decía que se me iban a romper los huesos…», dice Audrey, que logró bajar la graduación de los anteojos que usa para la presbicia en el último año, período en el que transmitió su nueva dieta a su hija, que también abandonó los lácteos.
María Constanza (20) y su madre Audrey Kupfer (48) abandonaron el consumo de lácteos
María Constanza (20) y su madre Audrey Kupfer (48) abandonaron el consumo de lácteos.Foto:Gustavo Bosco
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Un alimento que es muy difícil de reemplazar
Audrey es una de las muchas personas que, en la Argentina y en el mundo, se oponen a una de las máximas hasta ahora incuestionadas de la nutrición: que no se puede llevar una alimentación saludable sin consumir lácteos. Los argumentos que están detrás de quienes dejan (en forma total o parcial) de consumir leche -o de servírsela a sus hijos- son tan variados como las dietas que adoptan; algunos son capaces de despertar la ira de los nutricionistas, otros pueden ser materia de amable discusión en el consultorio, pero también están los que se juegan en otro terreno y otro lenguaje, el de la filosofía y de la ética.
Cuando se resfrían, Claudia Goldman no sirve leche a sus hijos Gina, de 8 años, Ciro, de 16, y Tazio, de 13
Cuando se resfrían, Claudia Goldman no sirve leche a sus hijos Gina, de 8 años, Ciro, de 16, y Tazio, de 13.Foto:Gustavo Bosco
Los argumentos en contra de la leche de los veganos, por ejemplo, presentan una dualidad: despiertan la ira de los expertos en nutrición cuando plantean que consumir leche enferma, pero al mismo tiempo patean la pelota afuera cuando plantean la cuestión última detrás del veganismo, que es combatir la explotación animal por parte del hombre.
«Cuando uno consume un producto de origen animal, como la carne, pero también como la leche, está causando la explotación del animal. Es por eso que desde que empecé a hacer activismo por los derechos de los animales dejé de consumir productos lácteos», cuenta Hernán Salatta, de 38 años, que forma parte de la Revolución de la Cuchara/Comando Verde ( www.revolucioncuchara.com.ar ), una ONG que busca crear conciencia en torno a las virtudes del veganismo, y que se declara en contra del consumo de productos lácteos.
Hernán llegó al veganismo cansado de las respuestas de la medicina convencional. Diez años atrás decidió recurrir a la medicina tradicional china en busca de una solución a una gastritis. No carne, no leche, ésa fue la indicación que recibió. Y Hernán la siguió al pie de la letra.
«Me curé. Y eso me abrió los ojos. Ahí dejé la carne y los lácteos, y luego también el huevo y la miel. Fue algo progresivo, que en mi caso empezó por un tema de salud, pero después me llegó la parte ética», dice Hernán, que en vez de tomar leche de vaca toma leche de almendras, de avena o de arroz, que él mismo se prepara. «No se trata de suplantar la leche de vaca, ya que no es algo que considere que haya que suplantar, sino que sencillamente evito los productos de origen animal», agrega.
Martín Santamaría, de 41 años, también dejó la leche, pero en su caso esta decisión fue la culminación de un proceso de dos décadas. «Soy vegetariano desde hace 20 años, pero hasta hace un año consumía leche y huevos -cuenta este experto en informática-. En un principio, propuestas como la vegana [de eliminar de la dieta todo producto de origen animal] me parecían extremas; pero yo me considero un racionalista escéptico, y con el tiempo hubo preguntas que me hicieron cuestionar la necesidad de la leche que publicita la industria láctea.»
Hernán Salatta (38), activista vegano, prepara una leche de almendras
Hernán Salatta (38), activista vegano, prepara una leche de almendras.Foto:Gustavo Bosco
¿Por qué el ser humano es el único animal que, una vez concluida la etapa de la lactancia, comienza a tomar leche de otros animales? Esa es la pregunta que para Martín no tiene respuesta desde la nutrición convencional. «Si la vaca obtiene nutrientes como el calcio del reino vegetal, entonces puedo obtener yo también el calcio de esa fuente, comiendo hojas verdes, almendras semillas de alpiste, tofu… Además, no hace falta que uno elabore todas estas cosas: hoy en cualquier barrio hay una dietética o un negocio de comida china, que en un 90% son vegetarianos.»
Lourdes Ruiz Díaz dejó la leche mucho más temprano que Martín y que Hernán. En claro desafío a la noción establecida de que la leche es clave para el crecimiento, Lourdes abandonó los lácteos a los 13 años; hoy tiene 17. «Un día, en la escuela, una amiga me dijo que había dejado de comer carne, y yo pensé: «¿Qué onda? Tengo que buscar razones por las cuales yo también tengo que dejar de consumirla.» Llegué a casa y busqué información en Internet, y ahí me encontré con páginas veganas», recuerda.
Hasta ese día, Lourdes compartía la dieta familiar, la misma que aún hoy sus padres observan y en la que los lácteos tienen un lugar importante. «Siempre en la heladera hay leche, por eso de que a un chico en crecimiento no le puede faltar… -dice con ironía-. Cuando yo dejé de tomar leche y de comer carne, me empezaron a cuestionar. Con el tiempo, y después de compartir mucho rato en la cocina con mi mamá, ella empezó a incorporar algunas cosas de mi dieta.»
Hoy, en la mesa de los Ruiz Díaz coexisten dos dietas: Lourdes y su hermano mayor no consumen lácteos; el resto de la familia, sí. Los Ruiz Díaz no veganos ya no la cuestionan a Lourdes, ya que los estudios médicos a los que ella se somete periódicamente por voluntad propia no delatan ningún problema de salud.
Lejos, muy lejos de posturas tan radicales como las del veganismo, es posible hallar cuestionamientos a la leche mucho más acotados, de razón -podría decirse- práctica. «No soy una fundamentalista del no consumo de lácteos, para nada. Si hago un puré, uso leche y manteca, y siempre en casa hay leche, manteca y yogur, pero a mi primera hija, Paloma, la amamanté hasta los dos años y medio, y no tomó leche de vaca hasta el colegio», dice Valeria Burrieza, de 41 años, mamá de dos chicas, en su octavo mes de embarazo.
Cuenta Valeria que la primera vez que Paloma empezó con mocos, el pediatra, de enfoque naturista, le recomendó evitar los lácteos. «Nos explicó que los lácteos eran los que provocaban los mocos, ya que las proteínas de la leche de vaca son muy pesadas para digerir y provocan esa congestión; desde entonces quedó instalado en casa que cuando alguien se resfría suspendemos los lácteos, y nos curamos enseguida.»
El consejo de evitar los lácteos ante resfríos y otras infecciones respiratorias hoy es relativamente popular en los consultorios de médicos de orientación naturista. «Cuando nacieron mis hijos yo tenía un pediatra que se movía en un círculo de gente que decía que la leche de vaca generaba mucha mucosidad, y que por eso empeoraba todas las infecciones respiratorias», comenta Claudia Goldman, de 47 años, mamá de chicos de 16, 13 y 8 años.
«Yo adopté ese consejo y todavía lo mantengo, y si bien a mis chicos les encanta la chocolatada y el yogur, cuando se enferman suprimo los lácteos», cuenta Claudia, en cuya casa los lácteos están siempre presentes hasta que se declara alguna enfermedad. «Personalmente no consumo mucho lácteo; me gustan las tostadas con queso blanco, pero no mucho más. El otro día fui a ver a mi médica para un control, y me dijo que me faltaría incluir un poco los lácteos. Lo dijo por rutina, no porque haya visto ningún análisis.»
La mirada pro
La lista es larga, pero pareciera que para cada uno de los postulados de la leche como alimento esencial existiera un contraargumento. Si uno se atiene al pie de la letra al discurso vegano, debería aceptar que la leche causa alergias, diabetes, obesidad, enfermedades respiratorias, problemas gastrointestinales e, incluso, cáncer. En algunos aspectos, la cadena de argumentación de los detractores de la leche parece una versión en negativo de los enunciados en su favor.
En ese punto de no debate, los argumentos a favor y en contra no hallan un terreno en común para el diálogo. Para los detractores de los lácteos todo argumento científico se encuentra distorsionado por la industria de la leche, mientras que para los defensores de la leche, toda crítica carece, lisa y llanamente, de sustento científico.
Sin embargo, hay aspectos que deben ser -en la opinión de quien escribe estas líneas- apartados de todo debate. El primero de ellos es la capacidad de la leche para generar alergias alimentarias. Se dice que la leche es causa de alergias, y ésa es una verdad a medias. «La alergia a la leche de vaca es cada vez más frecuente, y esto se da cuando los bebes son expuestos antes de cumplir el primer año de vida a la leche de vaca; hasta esa edad, el consumo de leche de vaca también puede provocar anemia», explica la doctora Luciana Meni Battaglia, pediatra del Hospital de Niños.
La leche causa alergias, pero esto vale sólo para los menores de un año; de ahí en adelante, el argumento pierde sustento. A excepción, claro está, de quienes son intolerantes a la lactosa, pero ése es otro tema.
Así como la industria láctea exagera en publicitar a la leche como panacea contra todos los males del mundo, también es cierto que sus detractores establecen vínculos de dudoso sustento científico. La leche de vaca no sólo no causa diabetes, obesidad ni cáncer, como postulan sus más acérrimos enemigos, sino que por el contrario su inclusión dentro de una alimentación variada y equilibrada es en realidad la mejor herramienta para combatir esas afecciones.
«La sinergia alimentaria, que implica consumir alimentos variados y nutricionalmente densos, es la mejor elección si se desea ser saludable», afirma la médica nutricionista Mónica Katz.
Por último, ¿se puede llevar una alimentación sana sin consumir leche? «Un chico puede crecer sin leche, pero debe obtener el calcio necesario, y las fuentes del mineral son higo, perejil, brócoli y almendras… ¿Qué chico al destete puede consumir esto de manera natural? Personalmente, creo que decir no a los lácteos es más una búsqueda de sentido que una elección responsable.»
La heladera de lo prohibido
Son muchos los alimentos atacados desde el veganismo, el naturismo o incluso desde la medicina
Ilustración: Majo Cerezo
Ilustración: Majo Cerezo.
Vacunas, el primer golpe a la salud
Hasta hace mucho tiempo la leche era el incuestionable paradigma de la alimentación saludable; hoy, son cada vez más los que lo ponen en duda. Pero el cuestionamiento de los paradigmas de lo saludable tienen un antecedente relativamente reciente, cuyo inicio, evolución y desenlace bien vale tener presente para poder poner en perspectiva este tipo de debates.
Todo comenzó en 1988, cuando la prestigiosa revista The Lancet publicó un artículo científico en el que Andrew Wakefield, investigador del Royal Free Medical School, de Londres, decía haber hallado un vínculo entre la vacuna triple viral y un nuevo síndrome que combinaba autismo con una grave enfermedad gastrointestinal.
Bastó una conferencia de prensa, en la que el elocuente Wakefield sugirió que la vacuna podía causar autismo, para que los movimientos antivacunas, hasta ese entonces bastante endebles en virtud de la carencia de evidencias, salieran a convencer al público de que todas las vacunas enfermaban.
«El artículo de Wakefield creó una controversia mundial sobre la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola, al afirmar que causaba autismo. Esto llevó a que se redujera el uso de la vacuna en Inglaterra, Estados Unidos y otros países», recordaba, varios años después, la revista The New England Journal of Medicine.
En 2011, una investigación llevada adelante por el periodista Brian Deer, y publicada en la revista British Medical Journal, develó cómo y por qué Wakefield fraguó las evidencias que respaldaron su grito de alarma en torno a la triple viral. Wakefield, básicamente, estaba detrás del desarrollo de una vacuna «segura» para reemplazar la triple viral y de un kit diagnóstico para detectar el nuevo síndrome.
Sus intereses eran puramente comerciales y su artículo científico era un fraude.
Pero el daño aún persiste. Todavía no son pocos los grupos antivacunas que siguen ciegamente agitando el fantasma del autismo. En países como Estados Unidos o Inglaterra, que antes de la publicación de Wakefield ostentaban tasas de vacunación envidiables, han surgido brotes de las afecciones incluidas en la triple viral, como resultado de la menor vacunación.