La evolución de los seres humanos ha corrido pareja a sus fuentes de alimentación, y los pocos o muchos cambios que se han producido en nuestro organismo tienen que ver con la dieta. De hecho, muchos de nosotros no concebimos iniciar el día sin una dosis de leche, ya sea mezclada con cereales o añadida al café.
Pero esta costumbre es relativamente moderna. No se si lo saben, pero la intolerancia a la lactosa es uno de los mayores problemas de nuestra especie, aunque no todas las manifestaciones son graves para nuestra salud -porque no digerir adecuadamente la lactosa no es sinónimo de intolerancia-. Lo normal es que los mamíferos jóvenes vayan experimentando una reducción de la producción de lactasa según avanza su proceso de destete. Una caída que llega al 90% en los cuatro primeros años de vida.
Eso como norma, pero en ciertas poblaciones surgen mutaciones genéticas -que se van heredando de generación en generación- que cambian este proceso. Por ello, esas personas pueden continuar consumiendo leche fresca y otro tipo de productos lácteos a lo largo de su vida. Por ejemplo, los japoneses, que tradicionalmente no incorporaron leche a su dieta resultan bastante intolerantes a la lactosa, aunque últimamente están cambiando sus hábitos -y con ello su genética-.
La intolerancia tiene origen en un gen, el cual rechaza la lactosa en edad adulta y se identifica especialmente en poblaciones en las que el consumo de productos lácteos no existía (como América precolombina, Ãrtico). Caso contrario es Europa, donde el consumo de productos lácteos tiene una larga tradición.
Así que si por genética, como el resto de los mamíferos, solo toleramos la leche de bebés, el que lo sigamos haciendo de adultos depende de la necesidad, una necesidad que como decimos acaba modificando nuestra genética -una mutación que se acaba convirtiendo en dominante-.
Y esa necesidad vino de la mano de nuestro paso de cazadores a recolectores. Un grupo de antropólogos ha determinado que el consumo de productos lácteos se produce en la Edad del Bronce; es decir, después del Neolítico. Al menos eso nos dicen los restos analizados en las placas dentales de los restos humanos encontrados.
Es decir, que los primeras comunidades agroganaderas utilizaban sus rebaños, principalmente de vacas, ovejas y cabras, para consumir preferentemente su leche más que su carne. Y tiene sentido, la leche se obtiene a diario mientras que obtener proteínas fruto de su sacrificio requiere un periodo más prolongado.
Según los investigadores, «el descubrimiento de proteínas de la leche en el cálculo dental humano permitirá a los científicos unir las pruebas y comparar los rasgos genéticos y comporamientos culturales de los individuos específicos que vivieron hace miles de años».
Si es de los que no disfruta con la leche y derivados, ya sabe, está más cerca de los primeros homos que de los modernos.