Esta es la conclusión de un estudio de la Unidad de investigación del centro de salud La Alamedilla, perteneciente al Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca, cuya base se centró en la asociación del consumo de lácteos, diferenciando entre productos enteros y desnatados, con la salud cardiovascular.
El estudio, que ha sido publicado en la revista Nutrition Journal, realizó un experimento con 265 pacientes, que fueron sometidos a dos pruebas consideradas marcadores de enfermedades cardiovasculares (el grosor de la arteria carótida y la velocidad de onda del pulso) al mismo tiempo que cumplimentaron un cuestionario sobre la frecuencia de consumo de alimentos para distinguir entre los consumidores de leche, quesos, yogures y otros lácteos desnatados y enteros.
Todos los participantes del estudio fueron divididos según su consumo de lácteos enteros o desnatados y a su vez divididos por la cantidad que consumían diariamente de estos productos. Los resultados fueron muy esclarecedores: cuanto mayor era la cantidad de productos lácteos enteros que consumían, la velocidad del pulso era más elevada y el grosor de la capa interior de la arteria era también mayor. Por el contrario, cuanto mayor era el consumo de productos desnatados, ambos valores quedaban reducidos.
«La diferencia está en la cantidad de grasa», afirma José Ignacio Recio, investigador del centro de salud de Salamanca. Al eliminar las grasas, los lácteos desnatados contribuirían a tener un menor riesgo cardiovascular, algo que no se había demostrado hasta ahora. Esto se debe a que la cantidad de grasa que aportan los lácteos enteros contribuye a la rigidez arterial y a la aterosclerosis o acumulación de lípidos en las paredes arteriales.